"Yo, mí, me, conmigo..."


("Yo, mí, me, conmigo...")

Puede que os quedéis extrañados, o incluso os dé algún que otro ataque de risa, al ver estas fotos. Sin embargo, yo me sentí terriblemente confusa. La marioneta... ya incluso esta palabra asusta, que realicé para poder llevar a cabo en equipo los vídeos con nuestros personajes de Caperucita Roja, creo que puede llegar a parecerse bastante a mí y, en general, a la mayoría de los seres humanos.
"Yo, mí, me, conmigo..." así he querido nombrar a esta entrada. Sé que comenté hace tiempo que dejaría de relacionar mis reflexiones de la página principal con las tareas de clase, pero esta vez no he podido evitarlo. Me gusta el título ¡Viva el egocentrismo! y así se quedará.
Pero no está en relación con el egocentrismo el asunto del que pretendo reflexionar. O quizá sí... pero no en la manera en la que solemos ver a una persona egoísta, sino que se trata posiblemente de una cuestión que puede resultar ser mucho más perjudicial y negativa. Me refiero al egocentrismo que nos lleva a pensar en nosotros mismos... pero para mal. En resumidas cuentas, la existencia de la baja autoestima.
¿Por qué estoy empeñada en decirles a mis compañeros que esta marioneta no es Caperucita, ni cualquier personaje que se le parezca, sino que es el mismísimo lobo feroz? ¿Por qué todos, que solemos ser, a mi parecer, tan duros con nosotros mismos, no logramos entender que la verdadera maldad está en muchos casos dentro de nosotros, pudiendo Caperucita convertirse en lobo en cualquier instante?
Quiero aclarar, si vosotros sí que lo habéis entendido, que con esto no pretendo decir que la verdadera culpable de todo lo que le ocurre a Caperucita en el cuento tradicional sea ella misma (seamos claros, el lobo, o el bzou, es un cabrón, valga la redundancia animalesca, y eso no vamos a negarlo en ningún momento). No obstante, y utilizando como representación a la figura del lobo en esta situación sacada de contexto, quiero hablar de la conciencia y el autoconcepto de cada persona.
En nuestro vídeo, Caperucita al principio está con su gemela, que la ayuda, la acompaña, y en definitiva, saca lo mejor de ella. Pero al final ocurre lo contrario. Se encuentra con una especie de fantasma, que es ella misma, sí, pero que en realidad es el lobo, porque muestra la peor parte de sí misma. En la segunda parte de la historia el autoconcepto negativo de Caperucita la lleva a convertirse en su peor enemigo. No sé si me he explicado bien entre tanta palabrería que pretende ser filosófica, pero que no llega a serlo.
¡Cuántas veces nuestro peor enemigo, más que cualquier lobo feroz, ha sido nuestra conciencia cargada de culpabilidad! Pero ¿en qué momento hemos comenzado a ser tan duros con nosotros mismos? Sinceramente, pienso que es necesaria (por supuesto) la existencia de una conciencia que nos obligue a actuar de una manera determinada... pero, no sé, a veces me considero muy aristotélica, y creo que en cualquier situación el término medio es lo correcto.
"Yo, mí, me, conmigo..." ¡Ay! Si nos tomásemos a veces más enserio esta pequeña oración...

Celia.









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