"El sentimiento escondido"
Sé que el título de este
pequeño cuaderno puede resultar, y no tengo miedo a decirlo, bastante cursi, y
de hecho a mí también me lo pareció desde el primer momento en que lo escribí;
así que en mi defensa he de comentar que de todas las sandeces que muestro en
este “libro”, aquella que más horripilante me pareció fue, sin duda, el título.
Pero claro, qué se puede
esperar de un verano en la adolescencia cuando uno por fin aprueba todo en
junio por primera vez, estado tan aburrido que se le empiezan a pasar ideas tan
locas por la cabeza como intentar escribir un libro de aventuras.
Todavía me acuerdo como
si fuese ayer (hace cuatro años) cuando me acerqué a uno de los puestos que
había estado vendiendo desde hacía varias semanas antigüedades y objetos de decoración
de segunda mano en unos puestos cerca de mi barrio y compré este cuaderno. En
realidad, era una agenda, con las fechas de los días apuntados y con líneas que
dividían todas las páginas desde el principio hasta el final del cuaderno, pero
aún así decidí comprarlo y usarlo como un lugar en el que apuntar todo aquello
que se me ocurriese a lo largo del verano.
En definitiva, así
comenzó la historia de El sentimiento
escondido, la cual se encuentra narrada sin mucho ahínco y revisada de una
manera demasiado superficial. Sin embargo, para mí esta historia, aunque sea
otra de las muchísimas novelas que jóvenes como yo han escrito alguna vez en sus
vidas durante los veranos, resulta ser un tanto importante, puesto que refleja
un gran número de los aspectos que verdaderamente me conmueven y me llevan a
desear, aunque sea, soñarlos cada noche durante todos los días que se pueda
soñar lo mismo una y otra vez.
Se trata de mundos
imaginarios, de sucesos imaginarios, de la creación de civilizaciones
inexistentes a las que tengo un profundo cariño, (a pesar de que no sean del
todo perfectas), que sabemos que nunca, desgraciadamente, van a tener lugar en
nuestro mundo, pero sí en nuestra mente… y cómo no, en nuestra diosa
imaginación.
Supongo que algo
parecido, pero en muy mayor medida, les ocurrirá a los artistas cuando muestran
en sus obras frases, actuaciones o brochazos que provienen de su “propia
cosecha”, expresando así, mediante símbolos, lo que verdaderamente sienten
acerca del mundo que les rodea, aquello que desean que se encuentre en él
aunque sepan con casi total seguridad que eso no podrá ocurrir nunca.
Después de escribir mi
historia, me sentí un tanto identificada con ellos, al igual, repito, que
muchos otros niños y adolescentes que a veces se sienten con ganas e ilusión
por emprender una aventura nueva de la mano de los personajes que hayan
decidido inventarse y mostrar en sus novelas o cuentos, basándose en personajes
de ficción posiblemente conocidos por todos ellos en películas que vieron en la
infancia.
Y es que opino que, si
alguna vez, un joven ha empezado a sentir obsesión por un personaje determinado
(ya sea un personaje de novela o un ser dibujado con esmero en las mesas verdes
de colegios o institutos), por muy ridícula que parezca que haya sido esta
invención, después de haber pasado por el proceso de creación de la “obra” este
prácticamente puede a llegar a sentirse como un artista, siendo esto, para mí,
lo más importante.
Celia.
Celia no encuentro nada cursi el título
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